Suelen decir que, «a quien madruga, Dios le ayuda». Refrán muy español, que nuestro filósofo preferido, Confundio (amigo del gran maestro Confucio), ya conocía hace cientos de años.
A ninguno de ellos le gustaba madrugar y tenemos constancia de que ambos sabios se saltaban además las aburridas clases de «Informática Básica I» y «Dios en la música» para tomar licor de flores en la cafetería de la facultad. Allí reflexionaban sobre la vida cotidiana, quiénes eran ellos, la existencia de Dios, las ayudas del gobierno, y todo lo que fuera debatible.
Significado y reflexión
La gente que madruga por gusto es común que diga: «a quien madruga, Dios le ayuda». Y se quedan tan panchos.
Este pensamiento nos debe hacer reflexionar sobre la mala (o buena) costumbre moderna de madrugar y, concretamente, sobre el tan manido dicho de «A quien madruga, Dios le ayuda».
¿Necesalio sel? —que diría nuestro querido sabio Confundio (recordemos que a él no le gustaba madrugar).
¿No sería mejor apagar todas las alarmas y dejar que el cuerpo despierte tras haber descansado lo suficiente?
Y, el argumento definitivo: los animales no usan despertador. Tampoco piden ayuda a Dios. Se las arreglan por sí solos.
¿Qué opináis al respecto? ¿Sois animales nocturnos o madrugadores sin remedio?
Extensiones al dicho
Para aquellos que seáis muy curiosos, os damos ejemplos adicionales y algunas variantes del refrán original:
- A quien madruga, Dios le ayuda, si se levanta con buen pie.
- A quien madruga, Dios le ayuda, si se levanta con buen fin.
- A quien madruga, Dios le ayuda. Uno que madrugó un duró se encontró; pero más madrugó el que lo perdió.
- A quien madruga, Dios le ayuda. Un costal encontró el que madrugó; pero más madrugó el que lo perdió.
- Más hace el que Dios ayuda que el que mucho madruga.
- Más vale a quien Dios ayuda que quien mucho madruga.
Saludos comiendo hormiga que no madruga en árbol.
Créditos
Refranero del Centro Virtual Cervantes: A quien madruga, Dios le ayuda.